Laia Arnau Belmonte. larnaube@gmail.com | @larnaube | arnau.laia | www.linkedin.com/in/laia-arnau-belmonte
Licenciada en pedagogía y graduada superior en formación en las organizaciones (UB). Diseñadora de proyectos educativos, formadora y asesora de equipos educativos en la implementación de metodologías competenciales y lúdicas.
Introducción
Desde que nacemos, los seres humanos estamos configurados para aprender a través del juego. Aprendemos a conocernos a nosotros mismos, a reconocer la realidad que nos rodea, a relacionarnos y comunicarnos con los demás, a identificar nuestras emociones (y también las ajenas), a poner palabras a lo que queremos decir y a desenvolvernos en los distintos ambientes que habitamos.
Jugar supone aceptar un reto, algo que implica incertidumbre, que nos interpela y nos pone a prueba. Cuando asumimos ese reto, ponemos en marcha toda una serie de mecanismos que promueven el desarrollo cognitivo, físico, emocional y social.
- Ámbito cognitivo
El juego permite entrenar un gran abanico de habilidades cognitivas, es decir, desarrollar los procesos mentales que nos permiten recibir, procesar y elaborar la información que nos rodea. Dentro de este ámbito encontramos juegos que promueven la atención, la capacidad de deducción, la memoria, la capacidad estratégica, la toma de decisiones, la flexibilidad cognitiva, el control inhibitorio, el lenguaje, el cálculo matemático, la orientación espacial, la creatividad, la coordinación óculo-manual, etc.
- Ámbito físico
Los juegos permiten ponernos a prueba, identificar nuestros límites, ejercitar todas nuestras habilidades físicas (coordinación, fuerza, resistencia, velocidad, flexibilidad, puntería, agilidad, precisión…) y disfrutar de la actividad física bajo un paraguas de diversión y desafío.
- Ámbito emocional
A través del juego somos conscientes de las propias emociones que experimentamos (por ejemplo, la curiosidad, la admiración, el entusiasmo, el bienestar, el placer, la decepción, el enfado, la impaciencia o la frustración) y también de las que experimentan los demás. El momento de juego ofrece un espacio idóneo para identificarlas, expresarlas y aprender a gestionarlas de forma saludable.
- Ámbito social
El juego fomenta la conciencia y la interiorización de hábitos democráticos. En el marco del juego, todos somos iguales, nos sometemos a las mismas reglas y disponemos de las mismas posibilidades (salvo que el azar beneficie más a un jugador que a otro, como ocurre en la vida misma).
Pero también permite el desarrollo de otras habilidades sociales como la empatía, la ayuda mutua, la confianza, la compasión, la colaboración o el reconocimiento mutuo. Jugar permite conocernos mejor unos a otros, experimentar nuevos lenguajes y forjar nuevas alianzas y conexiones.
Características del juego
Todos los juegos comparten una serie de rasgos comunes: un objetivo claro (cuál es la finalidad del juego: construir una torre, formar palabras, salvar a mis exploradores de una isla a punto de explotar…), unas reglas compartidas y aceptadas por todos los jugadores (qué acciones puedo realizar y cuándo), un sistema de retroalimentación (cómo sabré si he logrado avanzar o puntuar en el camino), y la participación voluntaria (todos los jugadores aceptan participar en el juego por decisión propia, no por obligación).
Hoy en día sabemos que la acción de jugar repercute en la predisposición de nuestro cerebro para aprender, debido a la liberación de dopamina que genera la propia curiosidad y anticipación. Es decir, la sensación de placer y disfrute no viene dada tanto por el hecho de experimentar la victoria o la superación del reto planteado, como de la anticipación en sí de que puede suceder. Por ello es una herramienta tan poderosa para promover la motivación en cualquier proceso de enseñanza-aprendizaje.
Además, cuando hacemos «como si» algo fuera real, entramos en un terreno en el que todo es posible (dentro de las reglas que hemos pactado con los demás o con nosotros mismos) y así surgen las ideas, las conexiones, las infinitas posibilidades que han dado lugar a la creación de la cultura de las diferentes civilizaciones que ha dado la historia. Como explicó Huizinga (1972), a partir de los juegos, la humanidad ha sido capaz de imaginar y crear todo tipo de obras.
Relación entre juego y aprendizaje
El uso del juego en el ámbito educativo puede perseguir diferentes finalidades, en función del momento de la secuencia didáctica:
- En la fase inicial puede ser la forma idónea para presentar un nuevo contenido de forma motivadora.
- Durante la fase de desarrollo, se pueden ejercitar y construir los aprendizajes favoreciendo el esfuerzo sostenido y el aprendizaje mediante la experimentación y la reflexión.
- En la fase final para ofrecer un reto que puede servir para transferir lo aprendido (ya sea creando un juego o jugándolo).
- De forma transversal, el juego también puede servir para evaluar el aprendizaje, ya sea como actividad diagnóstica, continua, formativa o final.
Respecto al aprendizaje de competencias, sabemos que estas se aprenden cuando situamos al alumnado ante situaciones significativas, realistas y complejas que debe analizar, enfrentar y resolver. El escenario de juego acostumbra a plantear todo tipo de variables, normalmente vinculadas a disciplinas diversas, que se entrelazan para plantear un reto que se debe resolver aplicando de forma integrada, flexible y estratégica los distintos conocimientos, destrezas, actitudes y valores.
Por otro lado, debido a su marcado componente procedimental, las competencias requieren que se produzcan momentos de ejercitación en un entorno seguro, en el que se puedan plantear hipótesis y contrastarlas, en el que el error esté permitido y se puedan ir comprobando los avances y reflexionar sobre los propios puntos de mejora, con las pautas y ayudas necesarias en cada caso.
Por último, aunque el juego pueda fomentar la motivación, será importante para el alumnado conocer cuáles son los objetivos de aprendizaje, más allá de la finalidad del propio juego. Es decir, que los árboles no nos impidan ver el bosque y que se queden con el componente anecdótico, por encima del valor educativo de la propuesta planteada.
Personalización de los aprendizajes
Cuando proponemos a un niño o una niña un juego, le estamos brindando la oportunidad de personalizar su propia experiencia educativa. Las características inherentes al juego que hemos revisado, no solamente permiten ajustarse a su nivel de desarrollo y a su zona de desarrollo próximo, sino que también permiten que sean los verdaderos protagonistas de su proceso de aprendizaje.
Cuando invitamos a jugar, estamos ofreciendo una oportunidad para que tomen sus propias decisiones, para que planifiquen, para que analicen las opciones de su entorno, para que elijan cómo actuar y para que ejerciten la autorregulación de su propio aprendizaje.
Sin embargo, es importante que la acción de jugar vaya acompañada de la guía necesaria para hacer consciente al alumnado de lo que va aprendiendo, de las estrategias que está poniendo en juego para avanzar hacia su objetivo, para ofrecerle preguntas que le planteen cómo mejorar, qué puede cambiar o dónde debe profundizar.
Hasta aquí hemos visto varios apuntes que permiten ver la relación entre juego y aprendizaje. Si centramos más el foco, podemos apreciar cómo el juego permite, entre otras cosas:
- Ajustarse a los puntos fuertes y a las áreas de mejora de cada alumno/a.
- Adaptarse a los distintos ritmos de aprendizaje, niveles de desarrollo, habilidades e intereses.
- Presentar propuestas que les motiven y que despierten su curiosidad y capacidad de asombro.
- Plantear metas individualizadas y diferentes caminos para avanzar hacia ellas.
- Utilizar diferentes canales, formatos y tipos de recursos para acceder a la información.
- Promover la autonomía, la iniciativa y la resiliencia, al aceptar el error como parte fundamental del proceso.
- Ofrecer información continua sobre su progreso, para favorecer su propia autorregulación.
- Evaluar su actuación de forma continua, a través de múltiples canales y formatos y ofrecer feedback personalizado.
- Dar espacios para la toma de decisiones.
- Promover espacios de cooperación y colaboración.
- Ofrecer situaciones en las que el aprendizaje se construya de manera significativa.
- Utilizar recursos de manera flexible.
- Realizar un seguimiento personalizado del alumnado.
- Favorecer el desarrollo de sus habilidades sociales (empatía, paciencia, tolerancia, aceptación de normas, escucha activa, etc.).
- Ayudar a construir su propio autoconcepto y a mejorar sus expectativas de autoeficacia.
- Desarrollar las competencias transversales propias de cualquier ámbito profesional como son el trabajo en equipo, la comunicación interpersonal, la gestión del tiempo, la resolución de conflictos, etc.
Debido a todo ello, podemos considerar el juego como una valiosísima estrategia a lo largo y ancho de cualquier etapa educativa, desde la primera infancia hasta la formación profesional. Basta con adaptar los objetivos de aprendizaje y el diseño de la experiencia lúdica, para que cualquier persona pueda aprender y desarrollarse en el ámbito que corresponda.
Referencias bibliográficas
- ARNAU, L. (2022). Metodologías lúdicas para la personalización del aprendizaje. Graó.
- HUIZINGA, J. (1972). Homo ludens. Alianza Editorial.
- MARÍN, I. (2018). ¿Jugamos? Cómo el aprendizaje lúdico puede transformar la educación. Editorial Paidós.